IDEO, 30/05/14.- El primer paso para definir un proyecto educativo es analizar cuales son sus objetivos, qué queremos conseguir y cómo.

El poder que tiene la educación es innegable. Controlar la formación de los futuros ciudadanos es, desgraciadamente, algo tan tentador para los organismos de gobierno que al final, la educación se convierte en una herramienta de adoctrinamiento. No hay más que ver cómo, en nuestro país, se producen cambios en las leyes educativas con cada cambio de gobierno. Son también significativos, los movimientos que, históricamente, ha hecho la Iglesia por controlar el currículo educativo. La creación de colegios, sus opiniones con cada reforma del sistema, su lucha por mantener la religión católica dentro de las escuelas de un país declarado constitucionalmente laico y aconfesional. Esta obsesión por desarrollar un currículo afín ideológicamente hace que se desvirtúe el fin último que, en mi opinión, debe tener un sistema educativo efectivo y coherente, el desarrollo integral de ciudadanos libres y felices, con capacidad para crear conocimiento y contribuir al desarrollo de la sociedad.

Un desarrollo entendido en la globalidad del término. Es decir, a nivel no solo económico, sino también ético y humano. Es este otro punto controvertido, de acuerdo con Chomsky ¿Se debe invertir en educación como el que invierte en un negocio? ¿Se recortan los presupuestos en educación porque no se obtiene un retorno económico a corto plazo? Seguimos ligados a un modelo que surgió en la revolución industrial con el único fin de formar trabajadores hábiles para el trabajo en fábricas. Debemos desprendernos poco a poco de un sistema rígido, incapaz de adaptarse a las demandas sociales. La educación es una inversión a largo plazo que debe dotar de herramientas y eliminar las barreras que limitan el crecimiento de los individuos.

Unos muros construidos a base de exámenes y sistemas poco flexibles, donde el pensamiento divergente va desapareciendo en favor de respuestas únicas. Una estructura educativa donde la forma de evaluar se convierte en el fin último. No evaluamos para mejorar el sistema. Preparamos a alumnos y alumnas para tener éxito en esas evaluaciones. Sufrimos un sistema de calificar en el que lo memorístico tiene preferencia. Disparamos contenidos sin control, sin ayudar a formar las estructuras mentales en las que esos contenidos deben encajarse de manera significativa y comprensible. Solo así se consigue un aprendizaje duradero.

La incursión en el sistema de las tecnologías de la información y la comunicación, pueden avivar este problema si no se manejan con sentido. El uso indiscriminado y poco responsable de estas herramientas producen, de la misma manera, la adquisición de contenidos inconexos que están más al alcance que nunca. De nada sirve acceder a esa vasta información sin la capacidad de discernir que es lo útil y significativo para nosotros.

Tenemos que crear en el alumnado la motivación y el interés que, junto a las herramientas necesarias, les permita acceder a ese conocimiento por sí mismos. Asimilar los conocimientos previos para a partir de ellos, construir los nuevos.

Raquel Molina (Escuela Ideo).